
En el ámbito de la neurología, términos como ictus y AIT suelen utilizarse con frecuencia, pero no siempre se entienden con claridad por parte del público general. Conocer la diferencia entre un ictus y un AIT es vital para actuar con rapidez y tomar decisiones que pueden salvar vidas o evitar daños neurológicos irreversibles.
¿Qué es un ictus?
El ictus, también conocido como accidente cerebrovascular (ACV), es una alteración brusca del flujo sanguíneo en el cerebro. Puede deberse a:
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Un bloqueo arterial (ictus isquémico): representa el 85% de los casos. El flujo sanguíneo se interrumpe por un coágulo o estrechamiento de una arteria cerebral.
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Una rotura de un vaso sanguíneo (ictus hemorrágico): menos común pero más grave, ocurre cuando un vaso se rompe y provoca una hemorragia cerebral.
Ambos tipos de ictus causan un déficit neurológico repentino como parálisis, dificultad para hablar, pérdida de la visión o del equilibrio. La clave está en actuar rápidamente porque cada minuto que pasa puede significar la pérdida de millones de neuronas.
¿Qué es un AIT?
El AIT, o Accidente Isquémico Transitorio, es un episodio similar al ictus, pero mucho más breve y sin provocar daño cerebral permanente. Se produce por una interrupción temporal del flujo sanguíneo al cerebro, generalmente debido a un pequeño coágulo que se disuelve por sí solo.
Aunque los síntomas son idénticos a los del ictus (debilidad, confusión, dificultad para hablar, pérdida de equilibrio), desaparecen por completo en menos de 24 horas, normalmente en menos de una hora.
¿Cuál es la diferencia entre un ictus y un AIT?
La principal diferencia entre un ictus y un AIT está en su duración y en el daño que producen.
Característica | Ictus | AIT |
---|---|---|
Duración de los síntomas | Más de 24 horas | Menos de 24 horas (generalmente menos de 1 hora) |
Daño cerebral | Permanente | Reversible (sin daño estructural) |
Causa más frecuente | Coágulo persistente o hemorragia | Coágulo transitorio que se disuelve solo |
Tratamiento de urgencia | Sí, inmediato | Sí, aunque los síntomas cesen |
Secuelas | Puede dejar discapacidades | No deja secuelas neurológicas |
Advertencia | Es el evento en sí mismo | Es un aviso de un ictus inminente |
Por tanto, un AIT es como una señal de alarma de que puede ocurrir un ictus grave si no se toman medidas preventivas urgentes.
¿Cómo se manifiestan ambos?
Los síntomas son prácticamente los mismos, y por eso se confunden. La única forma de distinguirlos es el tiempo y los estudios médicos posteriores. Algunos de los síntomas comunes incluyen:
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Debilidad o parálisis en un lado del cuerpo.
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Pérdida repentina de visión.
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Dificultad para hablar o comprender.
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Pérdida de equilibrio o coordinación.
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Dolor de cabeza intenso en ictus hemorrágico.
Dado que los primeros síntomas son idénticos, la recomendación médica es tratar todo episodio como si fuera un ictus hasta que se demuestre lo contrario.
Diagnóstico: cómo se diferencia clínicamente
Una vez que el paciente llega al hospital, los profesionales realizan una serie de pruebas como:
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Tomografía computarizada (TAC) o resonancia magnética (RMN) para ver si hay daño cerebral o hemorragia.
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Análisis de sangre para evaluar factores de coagulación, colesterol, glucosa, etc.
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Electrocardiograma (ECG) y ecografía Doppler para buscar fuentes de coágulos en el corazón o arterias.
Si no se encuentra evidencia de infarto cerebral y los síntomas han desaparecido en menos de 24 horas, el diagnóstico es de AIT. En cambio, si hay daño estructural o los síntomas persisten, se confirma un ictus.
Tratamiento: similar pero con diferentes objetivos
Aunque uno sea transitorio y el otro permanente, ambos requieren intervención médica inmediata. La diferencia entre un ictus y un AIT no elimina la urgencia:
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En el ictus isquémico, se puede administrar trombolisis intravenosa (tPA) dentro de las primeras 4,5 horas o realizar una trombectomía.
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En el ictus hemorrágico, el tratamiento puede incluir cirugía y control de la presión intracraneal.
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En el AIT, el objetivo es prevenir un ictus futuro con cambios en la medicación (antiagregantes, anticoagulantes, control de hipertensión, diabetes y colesterol).
Además, en ambos casos se debe iniciar una rehabilitación neurológica cuanto antes.
AIT: una oportunidad de prevención
Una de las razones por las que es tan importante conocer la diferencia entre un ictus y un AIT es que este último representa una ventana de oportunidad. Se calcula que:
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1 de cada 3 personas que sufren un AIT tendrá un ictus real en los siguientes días o semanas.
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10% puede sufrirlo en las primeras 48 horas.
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20% en los primeros tres meses si no se actúa.
Por eso, reconocer un AIT a tiempo puede literalmente salvar vidas y evitar discapacidades permanentes.
Rehabilitación y seguimiento
Una vez superada la fase aguda, tanto los pacientes con ictus como aquellos con AIT deben someterse a un seguimiento clínico. En el caso del ictus, la rehabilitación incluye:
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Fisioterapia para recuperar movilidad.
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Terapia ocupacional para mejorar la independencia.
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Logopedia si hay trastornos del habla o deglución.
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Tratamiento farmacológico y, en algunos casos, suplementos neuroreparadores como NeuroAiD II, cuyo objetivo es apoyar la neuroplasticidad cerebral.
En los pacientes con AIT, el enfoque se centra más en la prevención secundaria, con controles estrictos, abandono del tabaco, dieta saludable, ejercicio regular y adherencia a la medicación.
¿Cómo actuar ante síntomas?
Dado que la diferencia entre un ictus y un AIT no se puede saber en el momento de los síntomas, lo correcto es buscar ayuda médica de inmediato. Se recomienda recordar la regla “CÓDIGO ICTUS”:
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Cara caída (asimetría al sonreír).
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Brazo débil (no puede levantarlo bien).
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Habla alterada (palabras confusas o dificultad para hablar).
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Tiempo (llamar a urgencias de inmediato).
Conclusión
Comprender la diferencia entre un ictus y un AIT no solo es cuestión de semántica médica, sino de conciencia y prevención. El ictus deja huellas profundas en la vida de quienes lo sufren, mientras que el AIT es una última llamada de atención que permite evitar esas consecuencias si se actúa a tiempo.
No hay que esperar a que los síntomas empeoren ni confiarse si desaparecen. Cualquier alteración súbita neurológica debe ser evaluada de inmediato por profesionales. El tiempo es clave. La vida y la calidad de vida están en juego.
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